domingo, noviembre 16, 2008

Sube

Enferma de Limpieza


Pensé en ella y en sus intereses, aquel amor profundo que mantenía por cosas obsoletas -preocupantes en algunos casos- eran la razón especifica de que mi mente se explotara de preguntas durantes extensos días.

Un sueño abrumador la trajo a mi memoria, hablándome de sus trabajos atareados, alegres y optimistas, su fregar constantes al son de canciones románticas, odiadas hasta el cansancio, y balbuceándome frases coartadas, sordas a mis oídos, que lamentablemente también deje de comprender. Para mí, en síntesis, su amor a maderas insípidas no era mas que una enfermedad algo extraña, molesta, pero con dones incalculables.

He llegado a asegurar con todas las certezas que no encontraré a una persona dedicada a amar las escaleras de su casa con tanto ímpetu como lo hacía esa mujer. Controlaba su caminar pesado y brusco como si fuera un liviana bailarina de ballet, rozando cada escalón, cambiando pisadas por caricias. Era una situación completamente irreal empapada de histrionismo. Su vida se había diseñado en torno a 12 tablas de maderas y dos descansos visualmente impecables y perfumados, con variados olores a rosas. Lo más llamativo, pese a su bondad, era la prohibición que tenían visitas, amigos, hermanos y mascotas al momento de subir por tan amados peldaños. Nunca comprendí las razones, el descuido de hacernos llegar hasta arriba por medio de un pasillo oscuro, empinado y terrorífico y el amor que tenia por sus mascotas, a quienes había entrenado para ascender a través de un ascensor de servicio.

Una de las ultimas veces que tuve el honor de compartir mi merienda a su lado, disfrutando de charlas absurdas, risas, llantos callados con hipo y mil debates surgidos de la radio, me demostró como se borran las penas, de una manera visible y oculta: Yo deseba contarle el conflicto existencial que me estaba atormentado durante unas pocas horas, juntos con todas las desdichas que rebalsaban sin piedad alguna, y ella solamente me contestaba con una frenética publicidad de productos de encerado, que cada tanto se le implantaba en la cabeza , soñando entusiasmada que a mi me interesara. En mi boca se agolpabas las palabras mas groseras a punto de estallar. Sus oídos consejeros estaban siendo tapados con inutilidades, bruteces que debía extraer, pero ella estaba feliz, sonriente y trastornada y yo no podía invitarla a mi mundo incomodo y depresivo, no me dejaba. Logre escucharla unos minutos más con una paciencia inexistente hasta el momento en mi, sin embargo desesperé cuando me invitó a irme: Era hora de limpiar. Atónita logre decirle que la mayor injusticia que me había tocado vivir era su falta de comprensión, mi vida no estaba hecha para escuchar sus historias de limpieza y su existir entorno a una escalera.

Ella se levanto apurada controlándole cada segundo al reloj. Desde la puerta solo atinó a
saludarme, balbuceándome en el oído: " cambio mi tristeza por segundo de encerado... Los años han hecho que sean horas".



... A veces el final no me encuentra...


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lunes, noviembre 03, 2008